Seguir los principios de Unity me ha enseñado que cada reto en mi vida ha contribuido a mi crecimiento tanto espiritual como personal.

Sin embargo, no todo el tiempo fue así. 

Cuando mi esposo y padre de mis hijas decidió poner fin al matrimonio, experimenté tristeza, soledad y depresión. Me sentía una víctima no solo por su partida, sino también porque eso trajo consigo problemas económicos. Además, esta situación desencadenó en mí, sentimientos de desamparo y desolación, que me llevaron a caer en un periodo de depresión.

A pesar de luchar contra la depresión y la ansiedad durante casi un año, encontré un valor y una fortaleza que me impulsaban a buscar soluciones para sobrellevar el dolor. Recuerdo que acudí a sesiones de terapia, recurrí a la oración y hacía mucho ejercicio físico para bajar mis niveles de estrés, ya que la ansiedad me hacía estar en constante modo de “evasión” para eludir enfrentarme al dolor.

El hecho de que me sintiera abandonada me sumió en una espiral de emociones donde experimentaba baja autoestima y sentimientos de indignidad. En esos momentos, me sentía culpable por no haber sido capaz de mantener un hogar, alimentando la creencia de que tal vez estaba siendo castigada por mis pecados pasados, influenciada por mi educación católica.

Naturalmente, esto se reflejaba en mi situación económica donde era un reto proveer a mis hijas con techo y comida.

En medio de este caos buscaba reconciliarme con Dios, y anhelaba experimentar Su paz y amor.

Había días en los que me levantaba temprano para ir a la iglesia, con la esperanza de encontrar el consuelo y la aceptación de Dios que necesitaba desesperadamente.

Fue precisamente durante este periodo cuando llegué a Unity. Ahí comprendí que tenía un valor inherente simplemente porque era una hija amada de Dios, merecedora de todas las bendiciones; que no estaba siendo castigada por ningún pecado.

Esta revelación abrió mi conciencia para reconocer que, incluso en esos momentos desafiantes donde me sentía sola y desamparada, Dios siempre estaba presente. Al adoptar esta conciencia y abrazar la fe como forma de vida, experimenté consuelo y tranquilidad, sabiendo que Dios siempre desea lo mejor para nosotros y que siempre podemos acudir a Su presencia amorosa cuando creamos espacio en nuestra conciencia.

Eso me hizo comprender que la situación que una vez consideré caótica en realidad había sido un regalo para el crecimiento personal.

Sé que la fe implica tener confianza incluso cuando nos asaltan dudas y enfrentamos desafíos. Significa elegir avanzar con plena confianza en Dios, sabiendo que, en medio de todo, nuestro mayor bien se desarrolla constantemente. Hoy sé que, aunque a veces no comprenda mi situación actual, puedo encontrar tranquilidad en el conocimiento de que tengo esa Omnipresencia amorosa que siempre está lista para brindarme sabiduría, provisión y todo lo necesario para mi experiencia de vida.

Jesús le dijo: “Cómo que ‘si puedes’? Para quien cree, todo es posible”. —Marcos 9:23

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