Era un glorioso día de otoño. Estaba llena de ilusión mientras me dirigía a Holy Cross Monastery, a orillas del río Hudson, en New York para asistir a un retiro de mujeres. Lo que había comenzado como un retiro en solitario hace nueve años, se había transformado en un evento espiritual anual interrumpido solo una vez por la pandemia del COVID-19. Anhelaba la renovación espiritual y el compañerismo de mujeres que no había visto en dos años.

Esta vez no partía de mi casa, sino del consultorio de mi médico en Princeton, New Jersey. Como no estaba segura de la ruta, puse la dirección en mi aparato de geolocalización (GPS) para que me mostrara la mejor manera de llegar. Aunque había estado en el monasterio muchas veces antes, una suave voz interior me animó a mantener el GPS encendido.

Mientras conducía por la autopista New York Thruway, una señal de tránsito digital me informó de un retraso de 30 minutos.

Menos de una milla después, otra señal digital indicaba que había un vehículo en llamas a ocho millas más adelante. La carretera se convirtió en un estacionamiento, y quedé atrapada en el tráfico. Una hilera de autos inmóviles zigzagueaba por las colinas hasta donde alcanzaba mi vista.

Sin embargo, mi GPS me decía que tomara la siguiente salida, que estaba solo a media milla de distancia. En viajes anteriores, el GPS me sugería tomar esa misma salida, pero siempre lo ignoraba y elegía la ruta más directa. Esta vez, obedecí al GPS. Después de obedecer al GPS, me sorprendió la ruta panorámica por la que me llevó.

La ruta panorámica

La carretera estaba repleta de viejas granjas, graneros y árboles con hojas rojas, amarillas y anaranjadas. Estaba tan absorta por los impresionantes colores que perdí la siguiente salida.

En lugar de dar media vuelta, dejé que el GPS me mostrara el camino. Sin embargo, en vez de llevarme de vuelta a la carretera principal, el GPS me llevó a través de un largo laberinto de calles residenciales. Temí haberme perdido y me regocijé cuando finalmente regresé a la autopista y llegué a mi salida habitual. ¡Solo faltaban 20 minutos para llegar!

Al salir de la autopista, el GPS me indicó que girara a la derecha en lugar de a la izquierda, como es habitual, para tomar la ruta Route 9 West, lo que me dejó confusa. A pesar de mi confusión, decidí confiar en el GPS, como había hecho antes cuando me redirigió para evitar el tráfico. Para mi sorpresa, pronto reconocí puntos de referencia familiares y confié en que llegaría a tiempo a mi destino.

Mi trabajo es dejar ir y dejar a Dios actuar, y luego creer que llegaré a salvo. Al confiar en Dios, confío en que estoy en el lugar correcto en el momento correcto, incluso cuando parezca que voy en la dirección equivocada.

Voluntad de confiar

Cuando llegué al estacionamiento del monasterio, me di cuenta de que la eficacia del GPS no depende únicamente de la precisión del dispositivo, sino también de mi disposición de confiar en él.

Dios es mi GPS. Él actúa como mi guía, ayudándome a navegar por la vida y mostrándome el mejor camino a seguir.

Mi trabajo es dejar ir y dejar a Dios actuar, y luego creer que llegaré a salvo. Al confiar en Dios, confío en que estoy en el lugar correcto en el momento correcto, incluso cuando parezca que voy en la dirección equivocada.

La experiencia de confiar en el GPS me ha dado una lección que he aplicado al enfrentar mayores obstáculos y desvíos en el transcurso de mi vida, como lidiar con problemas de salud y llorar la pérdida de seres queridos. Actualmente me encuentro en una lucha interna mientras voy dejando de lado mi carrera de derecho para seguir mi verdadera pasión, la escritura. Camino con fe, sabiendo que Dios en mí, es mi GPS, que me guía hacia mi mayor bien, paso a paso.

Acerca del autor

Sonia Frontera es abogada, capacitadora en temas de empoderamiento y autora, cuyos escritos invitan a los lectores a descubrir caminos hacia la espiritualidad en situaciones cotidianas y en tiempos de adversidad. Ella reside en New Jersey.

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