Jamás imaginé que, al mirar hacia atrás en mi vida, llegaría a considerar mi tartamudez como un regalo. Sin embargo, esto fue lo que me impulsó a embarcarme en un viaje desde el miedo hacia la fe, y me ayudó a comprender que soy un ser espiritual capaz de experimentar cambios y un crecimiento significativo y transformador.

Pasé décadas luchando con la tartamu­dez. De hecho, tenía casi 50 años cuando escuché por primera vez estas palabras que cambiaron mi vida: Mi mente controla mi cuerpo. Lo que pienso, lo traigo a manifestación. Me crie pensando lo contrario, que mi tartamudez era herencia de mi padre quien también tartamudeaba.

La tartamudez me marcó desde mi infancia. Gran parte de mi energía se centraba en ocul­tarla, evitando palabras específicas que sabía que me harían tartamudear. Quería evitar el dolor de comentarios crueles, risas y burlas, especialmente de mis compañeros de escuela. Cuando tenía unos 10 años, dejé de hablar por completo y comencé a comunicarme escribiendo en una pequeña pizarra portátil.

Hijos de Dios

Esas primeras experiencias se fueron arraigando en mi mente a medida que crecía. Mi vida cambió cuando conocí a Unity en 1994 y supe del viaje de sanación de la cofundadora de Unity Myrtle Fillmore.

Myrtle creía que había heredado una enfer­medad y estaba destinada a vivir como una mujer enfermiza. Las palabras que Myrtle había escuchado durante una conferencia en el siglo XIX —Soy una hija de Dios y, por lo tanto, no heredo enfermedad— resonaron en mí poderosamente quizás tanto como lo hicieron en ella. La historia cuenta que Myrtle tomó en serio esas palabras y utilizó afirmaciones y otras declaraciones positivas de la Verdad espiritual para cambiar su forma de pensar y, en última instancia, su salud. Yo seguí su ejemplo. Mi afir­mación era: Yo soy amor. Yo soy alegría. Yo soy suficiente.

A medida que mis creencias comen­zaron a cambiar, comencé a examinar realmente mis pensamientos. Descubrí que no me con­centraba en las palabras que quería decir, sino más bien en si tartamudearía al decirlas. Sentía vergüenza y temor.

Darme cuenta de esto tam­bién me ayudó a comprender que la tartamudez encubría un problema más profundo: el miedo al rechazo. Ese miedo también se manifestaba en otras áreas. Cuando me ordené como ministro a los 68 años, me asaltaron dudas y me preguntaba: ¿Soy demasiado mayor para esto? ¿Soy capaz de preparar lecciones dominicales significativas y conmovedoras? A veces, también expresaba lo que creía que los demás querían escuchar en lugar de decir mi verdad por miedo.

La aceptación, la comprensión de donde procedía mi miedo y la aplicación de principios espirituales me guiaron y fortalecieron.

Un lugar de aceptación

A medida que crecía espiritualmente, mi objetivo pasó de querer hablar con fluidez a aceptarme como una persona que tartamudea. La aceptación, la comprensión de dónde procedía mi miedo y la aplicación de principios espirituales me guiaron y fortalecieron. Específicamente, trabajé con el principio: Solo hay una presencia y un poder, y yo soy una expresión individualizada de ese Uno. Ahora tengo la fe para decir lo que necesito decir y embarcarme en nuevas experiencias. La presen­cia de Dios siempre está conmigo. Es quien soy.

Fui ordenada en 2005 y, tras 16 años, me retiré recientemente. Después de años de temor a hablar en público, me resulta increíble que ahora me paguen por hacerlo, siempre me hace sonreír. He viajado por los Estados Unidos y he presentado talleres a nivel internacional para personas que tartamudean. Comparto mi histo­ria y ofrezco técnicas, pero sobre todo me pre­sento con autenticidad y en plena aceptación de mí misma.

Con mi fe en Dios y en la verdad que enseña Unity, sé que nunca estoy sola, donde sea que me lleve mi viaje. Estoy muy agradecida.