Los juicios y los prejuicios tienen un poder destructivo. No importa la razón: ya sea por el color de piel, la etnia, la edad o el aspecto físico. Las palabras cargadas de malicia y las acciones crueles pueden tejer un velo de aislamiento y cohibición, sumiéndonos en el temor de expresar nuestra verdadera esencia y ocultar los dones divinos por naturaleza. Sin embargo, la práctica de transformar nuestra autopercepción y reescribir el relato de nuestras propias historias puede ejercer una influencia sorprendentemente poderosa sobre cómo nos percibimos y cómo somos percibidos por los demás.

Cuando Letitia Hanke tenía apenas cinco años, se vio confrontada con un mensaje devastador de los acosadores de su nueva escuela: no era suficientemente buena y estaba destinada a la insignificancia. Lo que parecía estar “mal” en ella era algo que le decían que no podía cambiar. La injusta carga de ser juzgada por ser de color, pesaba sobre ella.

“Cuando escuchas algo durante tanto tiempo, empiezas a creerlo”, reflexiona más de cuatro décadas después. “Desarrollé un profundo rechazo hacia el color de mi piel y mi cabello”.

Aunque su familia había residido en Berley, una comunidad multicultural de Califonia, el padre de Letitia vio una oportunidad de construir un hogar para su familia en un entorno más rural al norte. Sin embargo, Letitia y su hermano se encontraron entre los pocos niños negros en su nueva escuela. Se sorprendieron al recibir una bienvenida hostil.

“Era inimaginable. Niños que apenas conocían el abecedario me llamaban con términos ofensivos que contenían la letra ‘N’”, recuerda con dolor”. Me hacían sentir fea y me cuestionaban por qué era de piel oscura. Todos los días, alguien me atacaba físicamente. Me escondía para evitar que me robaran mi almuerzo”.

Letitia soportó un acoso casi constante en la escuela: la insultaban, le tiraban del cabello y le propinaban patadas. Incluso los maestros preferían mirar hacia otro lado. En una ocasión, un niño la empujó fuera del sube y baja, mientras un profesor, encargado de velar por la seguridad, observaba pasivamente.

No obstante, una profesora de música finalmente se alzó como un faro de esperanza. Le brindó a Letitia un refugio en su aula y le puso una trompeta en las manos. Todos los días, esta docente le ofrecía un refugio frente a los despiadados acosadores, al mismo tiempo que la guiaba en el arte de tocar ese instrumento. La música fue el bálsamo que permitió a Letitia florecer, y su habilidad se volvió tan excepcional que, a la edad de ocho años, ya la invitaban a unirse a la banda de la escuela secundaria.

Esta intervención marcó un punto de inflexión en la vida de la niña, cuyo dolor y sufrimiento podrían haber moldeado un camino completamente distinto al que Letitia Hanke eventualmente abrazó. Hoy en día, ella es la directora ejecutiva de su propia empresa de techados y lidera la fundación que creó para enseñar oficios a niños desfavorecidos que enfrentan desafíos similares a los que ella misma enfrentó en su infancia: limitadas expectativas, baja autoestima y escasas oportunidades.

Childhood photos of Letitia Turner Hanke

Letitia en primer grado (izquierda) y en el octavo (derecha)

La compasión de una maestra y el poder redentor de la música transformaron la vida de Letitia. “Descubrí mi pasión por la música”, explica con emoción. “Esa maestra me enseñó a leer partituras, y encontré algo que me proporcionaba alegría pura, una alegría inmensa”.

A medida que Letitia se destacaba y prosperaba en su faceta musical, también había aprendido a tocar la batería en su iglesia y a dominar el piano por sí misma, comenzó a irradiar confianza y seguridad. Los demás niños comenzaron a percibir su luz interna y a verla de una manera completamente nueva.

“Muchos de los estudiantes de la secundaria tenían hermanas y hermanos de mi edad. Empecé a hacer más amigos y mi desempeño académico mejoró drásticamente. Terminé todos mis cursos de matemáticas en el noveno grado, y la comunidad educativa lo reconoció. Fui elegida como la estudiante más sobresaliente, como alguien con un potencial real para triunfar. Finalmente, me veían por quien era realmente. Ya no era ‘la negra Tish’; simplemente, era ‘Tish’”. A medida que Letitia se empoderaba, otros niños se unieron para defenderla.

Salir de las sombras

En esos momentos difíciles, y aun actualmente, Letitia encuentra refugio en la música como su práctica espiritual. En ella halla consuelo, inspiración y la via para expresar su fe, ya sea tocando la batería, sumergiéndose en auriculares y melodías o creando sus propias composiciones. Sus padres, un guitarrista y una cantante, fomentaron esa conexión en el hogar. La música y la oración persisten como sus medios favoritos para comunicarse con lo divino.

Letitia estudio música en la universidad, con dos empleos para subsistir. Pero en su penúltimo ano, otra oportunidad cambio su rumbo. Acepto una labor de oficina en una empresa de techados. Mostro un talento sobresaliente, y para su ultimo ano, ya dirigía la oficina durante 60 horas semanales. Dio un salto audaz, abandonando sus estudios para comprometerse con su trabajo a tiempo completo.

Letitia Hanke playing the drums

Para Letitia, la música es una práctica espiritual.

En pocos años, había duplicado el tamaño de la empresa, llevando al dueño a sugerirle que la adquiriera. Letitia se adentró en el sector durante cuatro años antes de obtener su licencia de contratista.

“Sabía que podía hacerlo”, recuerda. “Solo necesitaba confiar en mí misma”.

No obstante, no todos compartían esa confianza. Los bancos rechazaron su solicitud de financiamiento para adquirir la empresa que lideraba desde hacía ocho años. Estaba segura de que ello se debía a su raza y género. Uno de los bancos llegó a burlarse de su solicitud, creyendo que era un chiste. Perseveró hasta que un banco recomendado por la North Bay Black Chamber of Commerce mostró interés.

Aun entonces, como dueña de su propio negocio, Letitia enfrentó comentarios denigrantes e intimidación, tanto de clientes como de otros contratistas que la despreciaban por ser negra y mujer. Letitia señala que menos del 1% de las empresas de techado son lideradas por mujeres.

Ella, nuevamente, optó por ocultarse, como había hecho en su infancia: usaba iniciales en su nombre, vestía camisas de trabajo como sus compañeros masculinos y evitaba incluir su fotografía en promociones. Una pareja que mostró interés en sus servicios por teléfono cambió drásticamente su actitud al verla en persona. Letitia experimentó una mezcla de humillación y dolor.

Sin embargo, esa humillación actuó como catalizador. “Regresé a mi oficina, rompí el presupuesto y me dije: ‘Se acabó de esconderme’”.

“Simplemente florecí. Decidí no permitir que me humillaran”, declara. “Y eso cambió todo”.

El don de la reciprocidad

Letitia abrazó con orgullo su nombre y su imagen, irradiando confianza y alegría, estaba consciente de su valía. Había multiplicado por cinco las ganancias de su empresa desde su llegada, empleando a 26 trabajadores, y había sido galardonada en múltiples ocasiones por su negocio y labores filantrópicas.

Este mensaje lo comparte con su hijo de 20 años y con los estudiantes que ingresan a su organización sin fines de lucro, NextGen Trades Academy, patrocinada por su propia Fundación Lime. A través de esta fundación, los jóvenes acceden a carreras en oficios. La academia conecta a los estudiantes con profesionales de diversas áreas, muchos de los cuales los emplean en trabajos bien remunerados y con oportunidades de crecimiento.

“Ahora pueden mantener a sus familias. Pueden comprarse un auto. Algunos de ellos, sin casa, ahora tienen un lugar al que llamar hogar”. Letitia también respalda un programa musical diseñado para fomentar la autoestima en niños, con la esperanza de alejarlos de caminos oscuros como el embarazo adolescente, el abuso de sustancias, el acoso escolar y el ausentismo.

Siempre les aconseja que no teman a explorar lo desconocido, a buscar oportunidades y a atravesar puertas abiertas, incluso si enfrentan desafíos. Les recuerda que las adversidades pueden llevarlos a lugares increíbles, incluida la oportunidad de inspirar a otros y ayudarles a creer en sí mismos, tal como le ocurrió a ella.

Letitia Hanke hugging a graduate

Letitia abraza a un graduado de la academia.

En su página de Facebook escribe: “Dios me puso en esta tierra para ser una bendición”.

“Siento que he sido bendecida y ahora puedo devolver y ayudar a los demás”, explica. “A veces basta con que una persona se preocupe y muestre interés para cambiar una vida. Eso es lo que más me gusta de mi trabajo, saber que puedo ser esa persona que quizá haya salvado a alguien de ir a ese lugar oscuro al que se dirigía. Creo que para eso estoy aquí. Y pienso hacerlo el resto de mi vida”.

Acerca del autor

Meg McConahey es reportera de un diario en el Norte de California. Estudia para obtener sus credenciales como maestra de Unity licenciada y es miembro y ex presidenta de la Junta de Unity de Santa Rosa, California. Visita [email protected].

Meg McConahey

Más

No Results