Tenía 15 años cuando comencé a beber. Había dejado la iglesia de mi niñez y tenía una visión generalmente agnóstica acerca de Dios y de todo lo espiritual. Esos primeros tragos fueron apenas el prerrequisito para convertirme en la persona drogadicta y alcohólica que sería durante un periodo de veinte años.

Crecí creyendo que podía hacer cualquier cosa. Pero probablemente sepas cómo es: Algo pasa que no cabe en tu idea de una vida perfecta, y llega la depresión. Las drogas y el alcohol eran los compañeros que usaba para convertir mi vida ya no tan perfecta en un estupor inducido. Y, por supuesto, eso también agrandaba mis problemas.

Me convertí en una persona tan adicta a las drogas que decidí mudarme a otra ciudad para distanciarme de las personas, lugares y cosas que yo creía que provocaban mi deseo por usar drogas. Pero la vida pasó de ser mala a peor porque no había aprendido a hacer cambios en mí misma.

Casi al final del año, conocí a una persona que se convirtió en mi amiga y me acogió en su círculo de amigos. Comencé a aprender cómo mi manera de pensar estaba afectando mi vida. Tenía que aprender a creer en mí misma de nuevo. Decidí mudarme de vuelta a mi ciudad de origen y mi nueva amiga sugirió que encontrara una iglesia Unity local.

Estaba convencida de que podía permanecer alejada de las drogas y el alcohol, y aunque no regresé a las mismas personas, lugares o cosas, me encontré a mí misma viviendo en un complejo de apartamentos con el mismo tipo de personas. Mi adicción a las drogas dio un giro para empeorar. Ahora tenía una nueva droga de preferencia, gracias a mis nuevos amigos, y la adicción era insoportable. Pasaron varios años en los que estuve asistiendo a la iglesia Unity los domingos por la mañana y usando drogas durante cualquier otro día de la semana.

La necesidad de escapar

Mi nueva iglesia me enseñó que soy la creadora de mi vida mediante mi manera de pensar y mis creencias. Comencé a tener esperanza de que podía superar mi adicción a las drogas, pero entonces las volvía a usar. Y tenía un trabajo a tiempo completo, pero, una vez salía de trabajar, los sentimientos negativos acerca de mi vida y la necesidad de escapar de ésta derrotaban cualquier pensamiento que hubiese sostenido antes de que pudiera sanarme por mí misma. Yacía en mi cama por las noches y le pedía a Dios que me sanara, y que, si no, entonces acabara mi miseria permitiéndome morir. No era que quisiera suicidarme, sólo quería que todo acabara.

Mi nueva iglesia también me enseñó que el reino de Dios está dentro de mí. Aprendí a escuchar y a actuar según la voz apacible que percibía cuando no estaba usando drogas. Durante los dos años que le oraba a Dios para que me sanara o me muriera, comencé a recibir una respuesta, pero ésta requería acción de mi parte, una acción que no estaba lista ni dispuesta a llevar a cabo.

“Si quieres ser sanada, debes dejar a tu esposo”, escuchaba una y otra vez. Pero yo lo amaba; yo no quería irme. ¿Cómo sobreviviría en el mundo sin él?

“Estudia”, me dijo la voz apacible y delicada. Tras reflexionar, comencé a tomar clases en una universidad comunitaria local.

Ir a la universidad me daba una seguridad en mí misma que nunca había tenido. Me volví cada vez más y más valiente y orgullosa de lo que estaba haciendo. Un día, mi esposo estaba enojado y dijo: “¿Acaso piensas que eres alguien?”. Pues, no solamente lo pensaba, sino que lo sabía. Pero el comentario de que él no lo pensara así ardió en mi corazón.

Dando un salto de fe

A la mañana siguiente, finalmente dije: “Te escucho, Dios, y me voy. No sé a dónde voy o qué haré, pero yo te seguiré si tú me guías”.

Esa fue la última vez que consumí drogas, pero la sanación tomaría cinco años más cuando finalmente encontré un grupo de los 12 pasos y me permití rodearme de personas que estaban limpias y sobrias.

Me tropecé y me caí varias veces mientras aprendía a confiar en la divinidad de la guía de Dios. “En campos de verdes pastos Él me hace descansar; Él me guía junto a arroyos de aguas tranquilas, Él restaura mi alma”. (Salmos 23:2)

No todo lo que hice, ni a todos los lugares que fui, resultaron como lo hubiese querido, pero ahora puedo ver que incluso esos eventos eran parte de un esquema mayor. Ahora tengo un diploma de maestría y, cada vez que tengo una oportunidad, sigo la divinidad de mi guía interior.


Este artículo apareció por primera vez en el folleto de Unity El sendero espiritual de la adicción a la recuperación. Los autores de este folleto optaron por permanecer en el anonimato, conforme a la tradición de los grupos de 12 pasos.

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