El envejecimiento, nos guste o no, implica cambios físicos que pueden sorprendernos. Cuando tenía 75 años tuve que ser hospitalizado debido a una arteria bloqueada después de años de malos hábitos alimenticios y un estilo de vida sedentario. El tratamiento funcionó y estuve en casa a los pocos días, pero tenía la fuerte sensación de que estaba en una encrucijada, que Dios quería mostrarme algo nuevo. “No existe tal cosa como un problema sin un regalo en sus manos”, escribió el autor Richard Bach en su libro Ilusiones. No me imaginaba lo transformador que sería ese regalo.

Me dijeron que tenía que pasar un mes haciendo ejercicio en un centro de rehabilitación cardiovascular. Antes de eso, mi rutina diaria no incluía caminar en una trotadora o pedalear en una bicicleta estática. Pero empecé, regresé el segundo día y me quedé esa y la semana siguiente.

Ejercita como un juego

Cuando comencé a hacer ejercicio, lo hacía como una persona poseída. Un día, un compañero del centro, quien miraba mi rostro mientras yo abordaba un ejercicio como si fuera el rey Sísifo haciendo rodar su inmensa roca cuesta arriba, gritó: “Oye, Phil, ¿ya te estás divirtiendo?”. Nos reímos, pero luego me di cuenta: ¿Qué tal si hago todo esto como si fuera un juego? De repente, con la palabra juego vino una ola de relajación. En el siguiente ejercicio me reí y dije en voz baja: “¡Esto es divertido!”. Miré a mi alrededor para ver si alguien realmente me escuchaba. Se estaba abriendo en mí una sensación de disfrute.

Entonces sucedió lo inesperado. Al final de la tercera semana, el esfuerzo físico no solo se estaba volviendo más fácil, sino que lentamente se formaban en mí los contornos positivos de una práctica espiritual física. Me enganché de ella. La trotadora se estaba convirtiendo en un lugar de meditación para llenarme de energía. Había un camino nuevo e interesante ante mí.

Al igual que un latido saludable, cada paso rápido creaba un ritmo de sanación y vida. Y con el aumento de la exigencia física vino la práctica de la entrega: la entrega a la propia sabiduría del cuerpo.

Un ritmo de curación

Lo primero que llegó fue el ritmo. Al igual que un latido saludable, cada paso rápido creaba un ritmo de sanación y vida. Y con el aumento de la exigencia física vino la práctica de la entrega: la entrega a la propia sabiduría del cuerpo.

Con las caminatas vigorosas, mi mundo se enfocaba lentamente hasta llegar a tener una guía clara y una quietud interior, como la “zona cero” del corredor. Había un sentido evidente de la presencia de Dios obrando en mí. Se produjo una conciencia renovada de que el cuerpo no es una simple entidad estática que portamos, sino un sistema dinámico de energía espiritual, una creación continua y un amigo cercano que es receptivo. Y “la única manera de tener un amigo es ser uno mismo un amigo”, como señaló una vez Ralph Waldo Emerson.

El cuerpo como amigo

Así que entablamos una amistad, lo que Kahlil Gibran llamó “una dulce responsabilidad”. Y esto significó acoger al cuerpo como un aliado devoto y, por primera vez, escuchar regularmente lo que me decía. Significaba escuchar y responder a su continuo pedido de actividad física y darle al cuerpo la oportunidad de aumentar esa actividad, sabiendo que el cuerpo mismo conoce sus límites.

Una década después, esta conversación constante y confiable me da ahora una idea de progreso. Es, de hecho, una vida de energía renovable que había estado esperando y una amistad que durante mucho tiempo había pasado por alto y dado por sentado. La aventura continúa.


Este artículo se publicó por primera vez en el folleto de Unity Consejos espirituales para una vejez saludable.

Acerca del autor

El Rev. Philip White fue editor de Unity Magazine. También se desempeñó durante muchos años como director del programa de educación continua de Unity y decano de su seminario en Unity Village.

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