Comprender cuándo es el momento adecuado para actuar o abstenerse, cuándo hablar y cuándo guardar silencio, cuándo intervenir y cuándo simplemente estar presente sin hablar, es esencial en todas nuestras interacciones y relaciones. En resumen, es fundamental para el arte de vivir. La experiencia de hornear mi propio pan me ha enseñado la esencia de este arte.

Llevo más de 20 años horneando pan. Este ritual semanal surgió de un deseo profundo. Cuando mi esposo y yo nos mudamos por primera vez a Italia, anhelaba un pan más rico, más dulce y más sabroso que el que se podía encontrar en la zona. Así que decidí hornear mi propio pan. Comencé utilizando un libro de recetas de pan de diversas partes del mundo. Probé casi todas las recetas; experimentando con diferentes harinas, levaduras e ingredientes como nueces y semillas.

Hoy en día, cuando mis amigos visitan mi cocina y prueban mi pan, a menudo suspiran. Muchos comentan lo laborioso que parece hacer pan. Pero he aprendido que esto no es del todo cierto. Una receta típica de pan requiere 10 minutos para reunir y mezclar los ingredientes, otros 10 para el primer amasado y 5 más para el segundo. Es decir, unos 25 minutos en total. La mayoría de las personas emplean al menos ese tiempo en ir a la panadería y regresar a casa con un pan recién hecho.

El pan no necesita mucho tiempo. Lo que realmente necesita es la presencia plena del panadero. Un panadero necesita discernir cuándo involucrarse activamente con el pan y cuándo estar pendiente de su interior mientras experimenta su transformación. El equilibrio entre estos dos modos de ser se narra en la historia del Evangelio de las hermanas Marta y María (Lucas 10:38-42).

La hospitalidad del Medio Oriente exige que los anfitriones llenen la mesa con sus mejores manjares, lo que explica que Marta estuviera “ocupada con muchos quehaceres” durante la visita de Jesús y sus discípulos. Mientras tanto, su hermana María estaba sentada en silencio a los pies de Jesús, escuchándole. Cuando Marta expresó a Jesús su frustración por el comportamiento de María, él reconoció primero el estado mental de preocupación de Marta y luego afirmó que “María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará”.

“He llegado a comprender que hacer pan, al igual que relacionarse con los demás, requiere una presencia constante ante lo que es y lo que está ocurriendo. Al igual que en la vida, el pan no puede ser apresurado, forzado ni descuidado”.

La elección de María era la adecuada para ese momento. Jesús necesitaba su presencia tanto como María necesitaba escucharlo en silencio. Mientras Marta se afanaba en los detalles de la cena, Jesús y María valoraban la presencia mutua y forjaban una relación significativa.

Esta es la lección que he aprendido al hacer pan. El pan requiere presencia, necesita que uno esté presente con él. Si estoy ocupada como Marta, atendiendo las tareas del hogar, es muy fácil distraerse y olvidar que estoy en el proceso de hacer pan. Muchas veces, me he distraído con el internet y he olvidado por completo que mi masa está en proceso de fermentación, solo para encontrarme con una masa inflada y derramada. En otras ocasiones, cuando me concentro en el pan, puedo entregarme al proceso y dejar que la masa crezca, observar en silencio mientras se hornea hasta convertirse en una dorada hogaza y simplemente disfrutar de su aroma.

He llegado a comprender que hacer pan, al igual que relacionarse con los demás, requiere una presencia constante ante lo que es y lo que está ocurriendo. Al igual que en la vida, el pan no puede ser apresurado, forzado ni descuidado. Requiere que cooperemos, facilitando y apoyando su proceso. Por ejemplo, al amasar pan, es necesario saber cuánto tiempo amasar, con qué fuerza hacerlo, qué ingredientes pueden ser añadidos para ayudar en el proceso y cuándo detenerse. Lo mismo podría aplicarse a las relaciones humanas. Podemos fortalecer nuestras relaciones al estar presentes, mientras que ser excesivamente activos o distraídos podrían entorpecerlas.

Quizás la acción más significativa para estar presentes con el pan (y, en última instancia, con nosotros mismos y el mundo) es cuando cortamos este sencillo alimento en rebanadas y disfrutamos de su nutrición, reuniéndonos con otros en torno a una taza de té, un bocadillo compartido o un ritual religioso. Además, nos conecta con la naturaleza cuando esparcimos alegremente las migajas restantes para los pájaros del vecindario.

Acerca del autor

Catherine Ann Lombard, M.A., es psicóloga de psicosíntesis. Ejerce e investiga, y ha publicado numerosos artículos sobre espiritualidad y psicosíntesis. Para conocer más, visita LoveAndWill.com.

Catherine Ann Lombard

Más

No Results