Crecí escribiendo tarjetas de agradecimiento. Cada año, para nuestros cumpleaños y Navidad, mi madre sacaba el material de papelería, y se aseguraba de que mis hermanas y yo nos comprometiéramos a expresar nuestra gratitud. Recibir un regalo era genial, pero expresar gratitud nos parecía aburrido y tedioso.

Años después, comencé a anotar mis bendiciones en un diario y sentirme conectada con la gracia divina. Sin embargo, en 2010, a pesar de tener todo lo necesario para ser feliz, sentía que mi vida carecía de sorpresas y aventuras. Soñaba con mudarme al Reino Unido y obtener mi título de posgrado, pero el problema era la financiación.

Una tarde, me topé con una oportunidad de beca para estudiar en el Reino Unido. Cumplía con los requisitos para solicitarla. Esto implicaba vender todo lo que tenía, renunciar a mi trabajo y mudarme allí. Cuanto más lo pensaba, más emocionada me sentía. Decidí enviarle un correo electrónico a la asesora de mi antigua universidad. Ella me instó a comenzar el proceso de solicitud y se ofreció a supervisarlo. Percibí su apoyo como una señal.

Bendecida y apoyada

El apoyo continuó creciendo. Mis antiguos profesores estaban dispuestos a colaborar, e incluso le escribí a un exitoso escritor en Gran Bretaña. Su respuesta fue: ¿En qué puedo ayudarte? Fue el comienzo de una emocionante amistad y colaboración. Me sentí bendecida y respaldada, pero también experimenté una conexión de pertenencia con la humanidad que fue inspiradora.

Todos los días, practicaba ejercicios de visualización y repetía afirmaciones. Sentía la presencia de Dios cerca de mí, y mi viaje parecía garantizado e incluso predestinado. Sentía que la gratitud fluía a través de mí por las oportunidades de cumplir mis sueños y por los descubrimientos de bondad y conexión. Al cabo de dos meses, presenté mi solicitud. Sin embargo, cuando se publicaron los resultados en enero, ni siquiera había pasado la primera etapa de selección.

Me sentí humillada y desorientada. Sabía que estaba destinada a ir al extranjero, entonces, ¿qué había salido mal? Opté por quedarme en casa y no ir a trabajar. Esa tarde, mis compañeros de trabajo me enviaron flores con una tarjeta que decía: "No te rindas". Recibí correos electrónicos solidarios de todas partes, y al final del día había escuchado noticias de cada una de las personas que se habían unido a mí en este viaje. Aprecié y reconocí sus esfuerzos y me sentí agradecida por sus gestos, pero mi sensación de fracaso persistía.

Esa misma semana, visité a una pareja mayor, unos buenos amigos que habían sorteado los altibajos de la vida juntos. Cathy me sirvió una copa de vino mientras compartía su propio sueño fallido. Cuando eran niños, ella y su hermano pequeño intentaron escapar de casa con la intención de tomar el tren hacia la libertad. La aventura duró poco, ya que un policía de tránsito los vio y los llevó de vuelta a la estación.

Agradecí por cada regalo hasta que me di cuenta de que no se trataba de adónde iba, cómo llegaría ni quién me acompañaría, sino de que llegaría. El verdadero tesoro estaba en el propio acto de gratitud que enriquece la vida.

Ingredientes para la felicidad

Cathy no estaba contenta de ser "rescatada", y descargó su ira contra el oficial. Me reí hasta las lágrimas mientras ella detallaba cómo, a los 8 años, había regañado al policía. Sus padres estaban más preocupados que enojados, y su respuesta amorosa finalmente ayudó a Cathy a darse cuenta de lo afortunada que era con lo que ya tenía. Aunque su relato era humorístico, sabía que ella entendía mi decepción. Comprendí su mensaje: yo también tenía los ingredientes para la felicidad. Me sentí agradecida por la amabilidad de Cathy, que superó mi desilusión.

Mientras conducía de vuelta a casa, volví a enumerar las bendiciones: los ramos de flores, los correos electrónicos. Pero entonces me di cuenta de que había bendiciones aún más grandes: la generosidad del tiempo, el interés y el entusiasmo de las personas que me proporcionaron cartas de recomendación, consejos y comentarios constantes sobre el proceso de solicitud.

Agradecí por cada regalo hasta que me di cuenta de que no se trataba de adónde iba, cómo llegaría ni quién me acompañaría, sino de que llegaría. El verdadero tesoro estaba en el propio acto de gratitud que enriquece la vida.

Acerca del autor

Jennifer Link es una escritora independiente y estudiante de la Verdad en Unity. Vive en Alabama.

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